domingo, 2 de agosto de 2009

Alejandro Dumas (El Conde de Montecristo)

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No se exagera afirmando que Alexandre Dumas (1802-1870) es el novelista más traducido y leído del mundo, su imaginación, la amenidad que supo dar a sus relatos, la gracia teatral de sus personajes, merecen la inmensa fama que ha conseguido. Inolvidable crónica de una prodigiosa venganza, El conde de Montecristo (1844) es la única novela que Dumas desarrolla dentro de su propia época y que, debido a su gran éxito, se prolongó en el teatro con el drama extraído de la obra por el autor mismo: Montecristo (1848).


El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal de que se hallaba a lavista el bergantín El Faraón procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles. Como suele hacerse en talescasos, salió inmediatamente en su busca un práctico, que pasó por delante del castillo de If y subió abordo del buque entre la isla de Rión y el cabo Mongión. En un instante, y también como de costumbre,se llenó de curiosos la plataforma del castillo de San Juan, porque en Marsella se daba gran importancia ala llegada de un buque y sobre todo si le sucedía lo que al Faraón, cuyo casco había salido de losastilleros de la antigua Focia y pertenecía a un naviero de la ciudad.Mientras tanto, el buque seguía avanzando; habiendo pasado felizmente el estrecho producido poralguna erupción volcánica entre las islas de Calasapeigne y de Jaros, dobló la punta de Pomegue hendien-do las olas bajo sus tres gavias, su gran foque y la mesana. Lo hacía con tanta lentitud y tan penososmovimientos, que los curiosos, que por instinto presienten la desgracia, preguntábanse unos a otros quéaccidente podía haber sobrevenido al buque. Los más peritos en navegación reconocieron al punto que, dehaber sucedido alguna desgracia, no debía de haber sido al buque, puesto que, aun cuando con muchalentitud, seguía éste avanzando con todas las condiciones de los buques bien gobernados.En su puesto estaba preparada el ancla, sueltos los cabos del bauprés, y al lado del piloto, que sedisponía a hacer que El Faraón enfilase la estrecha boca del puerto de Marsella, hallábase un joven defisonomía inteligente que, con mirada muy viva, observaba cada uno de los movimientos del buque yrepetía las órdenes del piloto.Entre los espectadores que se hallaban reunidos en la explanada de San Juan, había uno que parecíamás inquieto que los demás y que, no pudiendo contenerse y esperar a que el buque fondeara, saltó a unbote y ordenó que le llevasen al Faraón, al que alcanzó frente al muelle de la Reserva.Viendo acercarse al bote y al que lo ocupaba, el marino abandonó su puesto al lado del piloto y seapoyó, sombrero en mano, en el filarete del buque. Era un joven de unos dieciocho a veinte años, deelevada estatura, cuerpo bien proporcionado, hermoso cabello y ojos negros, observándose en toda supersona ese aire de calma y de resolución peculiares a los hombres avezados a luchar con los peligrosdesde su infancia.-¡Ah! ¡Sois vos Edmundo! ¿Qué es lo que ha sucedido? -preguntó el del bote- ¿Qué significan esascaras tan tristes que tienen todos los de la tripulación?-Una gran desgracia, para mí al menos, señor Morrel -respondió Edmundo-.......

Alejandro Dumas..... El Conde de Montecristo

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