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lunes, 12 de octubre de 2009

Shakespeare, genio de la literatura universal


Durante mucho tiempo la identidad del mayor dramaturgo desde el siglo de Sófocles y Eurípides fue un misterio. Tan es así, que era opinión extendida que detrás del nombre de William Shakespeare se ocultaba algún gran personaje, sino varios. Todavía Freud, recurriendo a la técnica psicoanalítica, suponía que el autor de los dramas shakespeareanos era Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford.

A día de hoy las dudas se limitan a cuestiones más bien textuales, eruditas. Sabemos que existió un William Shakespeare, bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratford-on-Avon, pequeña ciudad próxima a Londres, que adquirió notoriedad en vida como actor y, sobre todo, como autor. Ahora bien, nuestras lagunas respecto de muchas circunstancias vitales siguen siendo considerables.

William fue el tercero de los ocho hijos que tuvieron John y Mary Arden. El padre era alcalde de Stratford y fabricante de guantes, un hombre acaudalado aunque, ya mayor, tendrá problemas con la bebida. La familia de la madre tampoco tenía problemas económicos, sino todo lo contrario. Por lo tanto, William no parece que haya pasado ningún tipo de penuria material en su infancia.


En el año 1582 William Shakespeare se casó con Anne Hathaway, ocho años mayor que él. Sin embargo, poco después William se marcha a Londres dejando en Stratford a su familia, probablemente para ser actor de teatro. Son años difíciles para los biógrafos. A William lo encontramos, ya en 1592, como dramaturgo que ha adquirido ya cierta fama.

En los años siguientes la creatividad de William va a resultar desbordante, aunque recuérdese que entonces muchas obras no eran originales en el sentido moderno, sino que los autores solían coger temas ya tratados por la tradición, de manera que, bajo las rivalidades de la época, las acusaciones de plagio entre unos y otros se multiplicaban. El caso es que antes de acabar el siglo, Shakespeare escribe Romeo y Julieta, El sueño de una noche de verano y Julio César, entre otras.

El trabajo le resulta muy lucrativo. En los últimos años del siglo XVI, el dramaturgo se hizo con terrenos y casas en su ciudad natal. El blasón que se le concede representa su entrada en la gentry (la baja nobleza) y demuestra su imparable ascenso social. El éxito no sólo no agota su fertilidad, sino que muy por el contrario, Shakespeare va a a dar mayor trascendencia a sus obras sin perder la frescura tan característica de todos sus diálogos.

Cuando Jacobo I sustituye a la reina Isabel en el trono, el nuevo monarca nombra a la compañía de Shakespeare artistas de la corte. En ese contexto surgen sus tragedias más conocidas: la primera versión de Hamlet es de 1603 (año de la muerte de la reina), Otelo, quizá de 1604, El rey Lear y Macbeth, posiblemente escritas entre 1605 y 1606. Finalmente, entre ese año y 1611, aparecen obras como Coriolano, Antonio y Cleopatra y La tempestad, obra genial y asombrosa, en cuyo rey protagonista se ha visto al propio Jacobo I.

Shakespeare murió en abril de 1616 en su lugar natal. Legaba al mundo una obra dramática con una fuerza gestual y narrativa nunca vista hasta entonces, en la que se destacaban personajes arquetípicos que sin embargo se alejaban decididamente de cualquier cliché.

Dentro de algunos años nos toparemos con el cuatrocientos aniversario de su muerte y es de esperar que entonces se celebren unas conmemoraciones planetarias para recordar no sólo al genio inglés, sino también al gran manco español, muerto asimismo en 1616: Miguel de Cervantes.

miércoles, 22 de julio de 2009

La despedida de la poetisa Alfonsina Storni



Alfonsina (ya comenzamos a conocerla en “Alfonsina Storni, poesía de amor y dolor“) era una poeta de nacionalidad Suiza y Argentina de corazón cuya vida fue dura de principio a fin. Pero ella supo cómo exorcizar los demonios y sacar provecho de todo el dolor que su cuerpo y alma soportaban. Hasta el último día de su vida ella dirigió las riendas de su destino, con honor su muerte se ha convertido en leyenda, su vida en testimonio de lucha y sus poemas son y serán fuente de inspiración para las generaciones de hoy y las del mañana.

Por el año 1935 la salud de Alfonsina se ve vapuleada por un cáncer de mama, se somete a una mastectomía la que le deja extremas cicatrices no sólo en su cuerpo sino también en su alma, por su personalidad depresiva las secuelas de la enfermedad hacen que caiga en un pozo oscuro y profundo donde no permite que entre la luz ni una mano amiga.

Dos años más tarde su corazón recibe otro golpe, su amigo Horacio Quiroga se quita la vida, ella le dedica un poema el cual también presagia su propio final:


Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán.

En 1938 un vuelco de la vida le hace volver a sonreír, el Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay le invitaba a un acto para las tres fabulosas poetisas del momento, allí la acompañarían Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. Con gran entusiasmo escribe su conferencia a la que titula “Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj”. A mitad de ese mismo año publica Antología con sus poemas predilectos.

Luego la esporádica felicidad se derrumba al recibir el diagnóstico médico y la sentencia de muerte, su cáncer había regresado y era terminal. Decidida a no seguir luchando y morir con dignidad, viaja a la ciudad de Mar del Plata donde escribe dos cartas de despedida, una dedicada a su hijo y la otra era un poema dirigido al diario La Nación.



Un 25 de febrero con determinación se dirige al frío mar para fundir su cuerpo con sus aguas. Si bien quienes escribieron sobre la vida de esta luchadora mujer estipulan que se arrojó desde una escollera, el relato popular intenta conservar el velo romántico y místico de sus poemas cuenta que lentamente se internó en el mar. Luego de su muerte se erigió un monumento en su memoria, frente a la playa la perla en Mar del Plata, donde ella se quitó la vida.

Su muerte pasó a convertirse en leyenda la cual está plagada de poesía y romanticismo, por ello muchos artistas, siendo la más destacada Mercedes Sosa (con el tema Alfonsina y el mar) le dedicaron canciones en su honor.

Poema de despedida

Dientes de flores, confía de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Pónme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que te olvides.

Gracias… Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…”

Alfonsina Storni, poesía de amor y dolor


Alfonsina Storni nació el 29 de mayo de 1892 en Sala Capriasca, Suiza. A sus 4 años la familia viaja a la Argentina, concretamente a la provincia de San Juan donde la poetisa vivencia los primeros recuerdos y muestra su innato espíritu literario:

“Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta”.

En el año 1901 su madre y hermanos se trasladan a vivir a la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, abren una escuela domiciliaria y luego instalan el Café Suizo cerca de la estación de trenes de la cuidad. A la corta edad de 10 años Alfonsina ayudaba en el local atendiendo a los clientes y lavando los platos sucios, con el tiempo y cansada de las tareas de un bar se emplea en una fábrica de gorras pero su vida cambia de rumbo cuando en 1907 llega a Rosario la compañía de teatro de Manuel Cordero.


Alfonsina debuta en las tablas tomando el papel de una actriz que se había enfermado, gracias a su buena actuación se le concede la posibilidad de recorrer el país junto a la compañía teatral. Según sus propias palabras la experiencia le ahogaba e hizo torcer rumbos pero a su vez le agudizó los sentidos y en cierta forma contribuyó a formar su personalidad.

Cuando regresó a la cuidad se halla con la sorpresa de que su madre se había casado y vivía en Bustinza, una localidad de la provincia de Santa Fé por lo cual ella se traslada a Coronda y se recibe de maestra rural. Ejerce como docente y a la vez escribe sus poemas en 2 revistas Mundo Rosarino y Monos y Monadas.

Por el año 1911 se muda a la capital Argentina, Buenos Aires donde tiene a su primer y único hijo, Alejandro, del cual no se sabe quien fue su padre. Alfonsina no bajaba los brazos y luchaba con uñas y dientes, haciéndole frente heroicamente a las vicisitudes que pasaba toda madre soltera en esa época publica el famoso libro La inquietud del rosal.

Para solventar los gastos y mejorar su situación económica, se emplea como cajera en una tienda y colabora en la revista Caras y Caretas, en esos tiempos conoce a personajes sobresalientes del mundo literario como José Enrique Rodó, Amado Nervo, José Ingenieros y Manuel Ugarte. Y establecida y con un mejor pasar viaja constantemente a Uruguay donde entabla amistad con Juana de Ibarbourou y el escritor Horacio Quiroga.

En 1918 da a conocer su segunda publicación, El dulce daño; ese mismo año es condecorada con la medalla de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas. Al tiempo publica Irremediablemente y en 1920 Languidez. Este último trabajo según palabras de su amiga Juana de Ibarbourou era merecedor del Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura.

Alfonsina participaba activamente de actividades gremiales y formó parte de la creación de la Sociedad Argentina de Escritores. Desde 1928 a 1934 realizo frecuentes viajes a España los que le impulsaron a crear escritos dramáticos, repletos de reflexiones feministas y con un velo de erotismo algo muy inusual para esos años, estos son Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol.

Alfonsina era una mujer como pocas en ese tiempo, de mentalidad avanzada y con marcado perfil feminista se abrío paso en la sociedad logrando hacerse de un pedestal que nuca bajaría. Si desean conocer más acerca de la vida y obra de esta dama, les esperamos “La despedida de la poetisa Alfonsina Storni“.

martes, 12 de mayo de 2009

Shakespeare



En torno a 1860, al tiempo que culminaba su obra Los miserables, Victor Hugo escribió desde el destierro: "Shakespeare no tiene el monumento que Inglaterra le debe". A esas alturas del siglo XIX, la obra del que hoy es considerado el autor dramático más grande de todos los tiempos era ignorada por la mayoría y despreciada por los exquisitos. Las palabras del patriarca francés cayeron como una maza sobre las conciencias patrióticas inglesas; decenas de monumentos a Shakespeare fueron erigidos inmediatamente.

En la actualidad, el volumen de sus obras completas es tan indispensable como la Biblia en los hogares anglosajones; Hamlet, Otelo o Macbeth se han convertido en símbolos y su autor es un clásico sobre el que corren ríos de tinta. A pesar de ello, William Shakespeare sigue siendo, como hombre, una incógnita.


William Shakespeare

Grandes lagunas, un ramillete de relatos apócrifos y algunos datos dispersos conforman su biografía. Ni siquiera se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento. Esto daría pie en el siglo pasado a una extraña labor de aparente erudición, protagonizada por los "antiestratfordianos", tendente a difundir la maligna sospecha de que las obras de Shakespeare no habían sido escritas por el personaje histórico del mismo nombre, sino por otros a los que sirvió de pantalla. Francis Bacon, Edward de Vere, Walter Raleigh, la reina Isabel I e incluso la misma esposa del bardo, Anne Hathaway, fueron los candidatos propuestos por los especuladores estudiosos a ese ficticio Shakespeare. Según otra teoría, su amigo el dramaturgo Christopher Marlowe habría sido el verdadero autor: no habría muerto a los veintinueve años, en una pelea de taberna como se creía, sino que logró huir al extranjero y desde allí enviaba sus escritos a Shakespeare.

Ciertos aficionados a la criptografía creyeron encontrar, en sus obras, claves que revelaban el nombre de los verdaderos autores. En consonancia con las carátulas teatrales, Shakespeare fue dividido en el Seudo-Shakespeare y en Shakespeare el Bribón. Bajo esta labor de mero entretenimiento alentaba un curioso esnobismo: un hombre de cuna humilde y pocos estudios no podía haber escrito obras de tal grandeza.

Afortunadamente, con el transcurrir de los años, ningún crítico serio, menos dedicado a injuriar que a discernir, más preocupado por el brillo ajeno que por el propio, ha suscrito estas anécdotas ingeniosas. Pero de las muchas refutaciones con que han sido invalidadas, ninguna tan concluyente, aparte de los escasos pero incontrovertibles datos históricos, como el testimonio de la obra misma; porque a través de su estilo y de su talento inconfundibles podemos descubrir al hombre.

Los orígenes

En el sexto año del reinado de Isabel I de Inglaterra, el 26 de abril de 1564, fue bautizado William Shakespeare en Stratford-upon-Avon, un pueblecito del condado de Warwick que no sobrepasaba los dos mil habitantes, orgullosos todos ellos de su iglesia, su escuela y su puente sobre el río. Uno de éstos era John Shakespeare, comerciante en lana, carnicero y arrendatario que llegó a ser concejal, tesorero y alcalde. De su unión con Mary Arden, señorita de distinguida familia, nacieron cinco hijos, el tercero de los cuales recibió el nombre de William. No se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y dos años más tarde, en ese mismo día.

Así, pues, no fue su cuna tan humilde como asegura la crítica adversa, ni sus estudios tan escasos como se supone. A pesar de que Ben Johnson, comediógrafo y amigo del dramaturgo, afirmase exageradamente que "sabía poco latín y menos griego", lo cierto es que Shakespeare aprendió la lengua de Virgilio en la escuela de Stratford, aunque fuera como alumno poco entusiasta, extremos ambos que sus obras confirman. La madre provenía de una vieja y acomodada familia católica, y es muy posible que el poeta, junto con sus dos hermanos y una hermana, fuese educado en la fe de su madre.


Casa natal de Shakespeare

Sin embargo, no debió de permanecer mucho tiempo en las aulas, pues cuando contaba trece años la fortuna de su padre se esfumó y el joven hubo de ser colocado como dependiente de carnicería. A los quince años, según se afirma, era ya un diestro matarife que degollaba las terneras con pompa, esto es, pronunciando fúnebres y floreados discursos. Se lo pinta también deambulando indolente por las riberas del Avon, emborronando versos, entregado al estudio de nimiedades botánicas o rivalizando con los más duros bebedores y sesteando después al pie de las arboledas de Arden.

A los dieciocho años hubo de casarse con Anne Hathaway, una aldeana nueve años mayor que él cuyo embarazo estaba muy adelantado. Cinco meses después de la boda tuvo de ella una hija, Susan, y luego los gemelos Judith y Hamnet. Pero Shakespeare no iba a resultar un marido ideal ni ella estaba tan sobrada de prendas como para retenerlo a su lado por mucho tiempo. Los intereses del poeta lo conducían por otros derroteros antes que camino del hogar. Seguía escribiendo versos, asistía hipnotizado a las representaciones que las compañías de cómicos de la legua ofrecían en la Sala de Gremios de Stratford y no se perdía las mascaradas, fuegos artificiales, cabalgatas y funciones teatrales con que se celebraban las visitas de la reina al castillo de Kenilworth, morada de uno de sus favoritos.

Según la leyenda, en 1586 fue sorprendido in fraganti cazando furtivamente. Nicholas Rowe, su primer biógrafo, escribe: "Por desgracia demasiado frecuente en los jóvenes, Shakespeare se dio a malas compañías, y algunos que robaban ciervos lo indujeron más de una vez a robarlos en un parque perteneciente a sir Thomas Lucy, de Charlecote, cerca de Stratford. En consecuencia, este caballero procesó a Shakespeare, quien, para vengarse, escribió una sátira contra él. Este acaso primer ensayo de su musa resultó tan agresivo que el caballero redobló su persecución, en tales términos que obligó a Shakespeare a dejar sus negocios y su familia y a refugiarse en Londres". Pero es más plausible que el virus del teatro lo impulsara a unirse a alguna farándula de cómicos nómadas de paso por Stratford, abandonando hijos y esposa y trocándolos por la a la vez sombría y espléndida capital del reino.

Shakespeare en la ciudad del teatro

A partir de ese momento hay una laguna en la vida de Shakespeare, un período al que los biógrafos llaman "los años oscuros". No reaparece ante nuestros ojos hasta 1593, cuando es ya un famoso dramaturgo y uno de los personajes más populares de Londres. Entretanto se le atribuyen los siguientes empleos: pasante de abogado, maestro de escuela, soldado de fortuna, tutor de noble familia e incluso guardián de caballos a la puerta de los teatros. Pasarían varios meses hasta que pudiera ingresar en ellos y meterse entre bastidores, primero como traspunte o criado del apuntador, luego como comparsa, más tarde como actor reconocido y, por fin, como autor de gran y merecido prestigio.

Prohibidos por un ayuntamiento puritano que los consideraba semillero de vicios, los teatros se habían instalado al otro lado del Támesis, fuera de la jurisdicción de la ciudad y de la molestia de sus alguaciles. La Cortina, El Globo, El Cisne o Blackfriars no eran muy distintos de los corrales hispanos donde se representaba a Lope de Vega. La escenografía resultaba en extremo sencilla: dos espadas cruzadas al fondo del proscenio significaban una batalla; un actor inmóvil empolvado con yeso era un muro, y, si separaba los dedos, el muro tenía grietas; un hombre cargado de leña, llevando una linterna y seguido por un perro, era la luna.

El vestuario se improvisaba en un rincón de la escena semioculto por cortinas hechas jirones, a través de las que el público veía a los actores pintándose las mejillas con ladrillo en polvo o tiznándose el bigote con corcho carbonizado. Mientras los actores gesticulaban y declamaban, los hidalgos y los oficiales, acomodados a su mismo nivel sobre la plataforma, les desconcertaban con sus risas, sus gritos y sus juegos de cartas, prestos a lucir su ingenio improvisando réplicas y a echar a perder la representación si la obra no les complacía. En torno al patio, las galerías acogían a las damas de alcurnia y los caballeros. Y en el fondo de "la cazuela", envueltos en sombras, sentados en el suelo entre jarras de cerveza y humo de pipas, se veía a "los hediondos", el maloliente pueblo.

En todo caso, se trataba de un público con más imaginación que el actual o, al menos, buen conocedor de las convenciones teatrales impuestas por la penuria o por la ley. Inspirándose en el severo primitivismo del Deuteronomio, los legisladores puritanos prohibían la presencia de mujeres en la escena. Las Julietas, Desdémonas y Ofelias de Shakespeare fueron encarnadas por jovencitos bien parecidos de voz atiplada, ascendidos a Hamlets, Macbeths y Otelos en cuanto les despuntaba la barba y les cambiaba la voz. Tal era el teatro en que Shakespeare empezó su carrera dramática.

La fecundidad

Hacia 1589, Shakespeare comenzó a escribir. Lo hacía en hojas sueltas, como la mayoría de los poetas de entonces. Los actores aprendían y ensayaban sus papeles a toda prisa y leyendo en el original, del que no se sacaban copias por falta de tiempo; de ahí que ya no existan los manuscritos. Como cada tarde se ofrecía una obra diferente, el repertorio había de ser muy variado. Si la obra fracasaba ya no se volvía a escenificar. Si gustaba era repuesta a intervalos de dos o tres días. Una obra de mucho éxito, como todas las de Shakespeare, podía representarse unas diez o doce veces en un mes. Algunos actores eran capaces de improvisar a partir de un somero argumento los diálogos de la obra conforme se iba desarrollando la acción. Shakespeare nunca los necesitó.


Retrato y firma de Shakespeare

Acuciado por este ritmo vertiginoso y espoleado por su genio, Shakespeare empezó a producir dos obras por año. En su primera etapa, Shakespeare siguió la línea de estos dramas isabelinos de capa y espada. De estos años (entre 1589 y 1592) son las obras con las que inaugura su crónica nacional, sus dramas históricos: las tres primeras partes de Enrique VI y la historia de quien lo asesinó, Ricardo III. La comedia de los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta burlesca, y Tito Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su primera obra de tema romano.

Durante la peste de Londres de 1592 (que los puritanos aprovecharon para mantener cerrados los teatros hasta 1594), Shakespeare se retiró a Stratford y desarrolló sus dotes poéticas. En 1593 publicó Venus y Adonis y en 1594 La violación de Lucrecia, dos poemas largos, dedicados a su joven protector, Henry Wriothesley, conde de Southampton, a quien se suele asociar con uno de los protagonistas de los afamados sonetos. Según figura en los documentos, en 1594 ya era miembro destacado de la mejor compañía de la época, la Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía de Actores de lord Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La fierecilla domada, Los dos hidalgos de Verona, dos comedias de inspiración italiana y una tercera, Trabajos de amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria.

Shakespeare empezó de actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta 1603, nunca llegó a interpretar papeles principales. Sin embargo, la experiencia debió serle útil. Como Molière, Brecht o Bulgákov, Shakespeare fue un verdadero hombre de teatro: lo conocía desde dentro, participaba en los ensayos, presenciaba los espectáculos y concebía sus personajes pensando en actores concretos. Paralelamente a su éxito teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los accionistas de su teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en 1596 le compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al poeta construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford. Entre 1594 y 1597 escribió Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano, dos obras de amor y de juventud, y los dramas históricos Ricardo II, El rey Juan y El mercader de Venecia.

En 1598 la compañía de Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe (El Globo), cuyo nombre se uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta parece que fue la etapa más feliz del escritor, la época de las comedias Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor (que según la leyenda fue escrita en quince días por encargo urgente de la reina), Noche de Reyes y Bien está lo que bien acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De estos años son también (como anticipando su próxima etapa) Julio César, Troilo y Crésida y su obra más famosa y perdurable, Hamlet.

A la muerte de Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia desde 1567, se convirtió también en rey de Inglaterra y la compañía de Chamberlain pasó bajo su protección con el nombre de King's Men (Hombres del Rey). A pesar del cambio de nombre y de protector, el teatro mantuvo su carácter público: hicieron representaciones para todo el mundo, incluso para la corte.

Ante tal éxito, la compañía inauguró una pequeña sala cubierta en 1608, la Blackfriars, con una entrada más elevada y para un público más selecto. Financieramente, la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual (y no a su gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio de la iglesia.

El último acto

Shakespeare tuvo siempre obras en escena, pero nunca aburrió. Entre 1600 y 1610 no dejó de estar en el candelero con sus príncipes impelidos a acometer lo imposible, sus monarcas de ampuloso discurso, sus cortesanos vengativos y lúgubres, sus tipos cuerdos que se fingen locos y sus tipos locos que pretenden llegar a lo más negro de su locura, sus hadas y geniecillos vivaces, sus bufones, sus monstruos, sus usureros y sus perfectos estúpidos. Esta pléyade de criaturas capaces de abarrotar cielo e infierno le llenaron la bolsa.

A fines de siglo ya era bastante rico y compró o hizo edificar una casa en Stratford, que llamó New-Place. En 1597 había muerto su hijo, dejando como única y escueta señal de su paso por la tierra una línea en el registro mortuorio de la parroquia de su pueblo. Susan y Judith se casaron, la primera con un médico y la segunda con un comerciante. Susan tenía talento; Judith no sabía leer ni escribir y firmaba con una cruz. En 1611, cuando Shakespeare se encontraba en la cúspide de su fama, se despidió de la escena con La tempestad y, cansado y quizás enfermo, se retiró a su casa de New-Place dispuesto a entregarse en cuerpo y alma a su jardín y resignado a ver junto a él cada mañana el adusto rostro de su mujer. En el jardín plantó la primera morera cultivada en Stratford. Murió el 23 de abril de 1616 a los cincuenta y dos años, en una fecha que quedó marcada en negro en la historia de la literatura universal por la luctuosa coincidencia con la muerte de Cervantes.

Los misterios de Shakespeare

Es cierto que la juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos para el biógrafo. Sin embargo, los verdaderos misterios de su vida pertenecen a aquellos años en que su carrera puede ser reconstruida con bastante fidelidad. El más conocido de estos enigmas está relacionado con sus Sonetos, publicados en 1609, pero escritos, en su mayor parte, unos diez o quince años antes. Uno de los protagonistas de los 154 sonetos es un apuesto joven a quien el poeta admira mucho, y el otro es la famosa dark lady, "dama morena", que le fue infiel con el anterior.

Muchos intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el joven galán de los sonetos o, tal vez, la "dama morena" no era otro que el conde de Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había dedicado sus dos primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién era el objeto de la adoración secreta del poeta. Sus únicas referencias personales comprensibles y claras son menudencias: que sufría de insomnio, que le gustaba la música, que reprobaba las mejillas pintadas y el uso de las pelucas.


El conde Henry Wriothesley de
Southampton, protector de Shakespeare

Otra de las incógnitas es que sus años de más éxito social, económico y profesional, entre 1603 y 1612, coinciden con la época de sus grandes tragedias, sus obras más amargas y desilusionadas, como Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano y Timón de Atenas. Incluso la última comedia de estos años, Medida por medida, es más sombría que muchos de sus dramas. Además, sus últimas cuatro obras, Pericles, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad, su maravillosa despedida del teatro y del mundo, muestran una curiosa incursión de elementos novelescos y pastoriles en su teatro, sin duda bajo la Influencia de la nueva generación de dramaturgos como Francis Beaumont o John Fletcher. Hay otras dos obras, Enrique VIII y Los dos nobles parientes, ambas de 1612-1613, cuya autoría parcial suelen atribuírsele, ya que según todos los indicios fueron escritas en colaboración con el joven Fletcher, con las que el número de sus piezas teatrales sumarían 38. Pero La tempestad es considerada universalmente como su última obra.

Sea como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir a los cuarenta y ocho años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el cenit de su carrera, Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se retiró a su ciudad natal como podría hacerlo un pequeño burgués que después de una vida de trabajo quisiera gozar de sus bienes en la quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como los de un respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford, administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y vecinos.

Sus obras siguieron en cartelera hasta después de su muerte, y debió conservar algún contacto, aunque sólo amistoso, con el teatro. Incluso se dijo, según una leyenda registrada casi medio siglo después, que murió a consecuencia de un banquete celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta historia el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento rubricándolo con una firma temblorosa que permite imaginar que ya se encontraba enfermo.

El testamento, extenso y minucioso, está relacionado con el último misterio de la vida de Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después de nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susan, y de legar valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a su mujer su «segunda mejor cama». Nadie ha podido descifrar el significado verdadero de tan extraño legado, que, a su vez, dice mucho del cariz del matrimonio del poeta.

La posteridad se ha ocupado de Shakespeare más que de cualquier otro autor, y no sólo en el sentido positivo. Muchos querían negarle la autoría de su obra atribuyéndosela a espíritus más elevados, preferiblemente de origen ilustre. A Voltaire y a Tolstói, por ejemplo, les irritaba no la persona del poeta (o su origen plebeyo), sino su obra, que es lo contrario a todo orden clásico, regla artística o realismo formal. Es la misma libertad: verbal, dramática, emocional. Se expresa con veloces imágenes, en una misma obra salta años, países y mares, cambia azarosamente los hilos de la trama y alterna el tono cómico con el trágico. Su obra es la perenne inquietud y su perspectiva, el infinito. Hace caso omiso de los cánones de la composición porque obedece a unas leyes más importantes y atávicas que las de la unidad de tiempo o de lugar. Nadie logró inmortalizar a tantos personajes como ese dramaturgo que prácticamente no llegó a inventar ni una sola historia propia.

En una de esas metáforas asombrosamente plásticas que tanto abundan en su obra, Shakespeare define la gloria como «un circulo en el agua / que nunca cesa de agrandarse / hasta llegar a ser tan ancho / que se disipa en la nada...». Pero la suya no fue así. No tendió a desvanecerse, ni siquiera a languidecer: después del relativo desinterés por su obra en los tiempos de moral puritana y de gusto neoclásico, a partir del prerromanticismo se le volvió a descubrir de modo universal. Desde entonces todas las épocas y estilos tienen su propio Shakespeare, corroborando la predicción de su amigo y rival, Ben Jonson: «Él no era de una época sino para todos los tiempos».

domingo, 3 de mayo de 2009

Antoni Gaudí



(Reus, España, 1852-Barcelona, 1926) Arquitecto español. La obra de Antoni Gaudí se inscribe dentro del movimiento modernista, aunque lo supera ampliamente por la originalidad de sus concepciones y su capacidad para romper moldes y crear nuevas soluciones. Nacido en el seno de una familia de caldereros, se trasladó a Barcelona para estudiar arquitectura, disciplina en la que se graduó en 1878. Inicialmente colaboró en algunos despachos de renombrados arquitectos de la época (con José Fonseré proyectó la cascada, las rejas metálicas y las puertas del parque de la Ciudadela de Barcelona), antes de abordar en solitario el proyecto de la Cooperativa Mataronense, un ambicioso complejo del que sólo se llevaron a cabo la fábrica y un quiosco de servicios.

En 1883 fue nombrado arquitecto del templo expiatorio de la Sagrada Familia, la obra que ocupó toda su vida y que se considera su principal realización artística, a pesar de que quedó inconclusa y sin un proyecto bien definido. En los primeros años, se ocupó de la construcción de la cripta (1883-1891) y el ábside (1891-1893) y compaginó su trabajo en el templo con diversos encargos civiles, como la villa denominada El Capricho, en Comillas, o la casa Vicens, en Gracia, para Manuel Vicens.

Por entonces entró en contacto con el conde de Güell, con quien mantuvo una relación casi de mecenazgo renacentista. Güell le encargó en primer lugar algunos pabellones para su finca de Pedralbes y el palacio de la calle Nou de la Rambla (1886-1891), donde Gaudí introdujo nuevos elementos constructivos como el arco parabólico. Luego se ocupó del colegio de las teresianas de la calle de Ganduxer y del palacio episcopal de Astorga, que no terminó a consecuencia de la muerte de su mentor, el obispo Juan Bautista Grau Vallespinós.

Bastan estas obras de la primera época para individualizar algunas de las constantes de la arquitectura gaudiniana, desde su peculiar recreación del gótico hasta su predilección por las formas curvas y dinámicas, la aplicación a la arquitectura de técnicas de decoración artesanas (vidrieras, hierro forjado, muebles diseñados por él mismo) y su singular empleo de los mosaicos de fragmentos de cerámica de vivos colores.

En 1891 abordó la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia, de cuyas cuatro torres sólo se había construido una a la muerte del arquitecto, la que dio la pauta para el bosque de torres en que debía convertirse el templo. Poco después de 1892, los Fernández y Andrés le encargaron una casa en León, conocida como Casa de los Botines, y por las mismas fechas realizó un proyecto de misión para Tánger que no se llevó a cabo. En lo sucesivo, sus principales encargos fueron inmuebles de pisos, como la casa Calvet, la casa Batlló y la casa Milà, más conocida como La Pedrera y culminación en cierto modo del genio de Gaudí por la singular concepción de su fachada ondulada de piedra y hierro forjado y por el conjunto de chimeneas helicoidales de la azotea.

Su mentor, Eusebio Güell, le confió dos encargos de gran envergadura: una colonia obrera en Santa Coloma de Cervelló, de la que sólo se completó la iglesia, sorprendentemente integrada en el paisaje, y una ciudad-jardín, que también quedó inconclusa y es en la actualidad un parque público (el parque Güell), que integra los distintos pabellones realizados por el arquitecto, así como un espacio columnado (que según el proyecto original debía destinarse al mercado) y la plaza, con un original banco corrido de azulejería.

En el año 1926, cuando murió atropellado por un tranvía, Gaudí era un arquitecto reconocido por sus coetáneos dentro y fuera de las fronteras españolas, pero su singular genio innovador y creativo no fue aceptado universalmente hasta bastantes décadas más tarde. En la actualidad, su figura es internacionalmente reconocida y su obra se cuenta entre las más admiradas de la arquitectura de todos los tiempos.

miércoles, 22 de abril de 2009

Mario Benedetti


Paso de los Toros, Uruguay, 1920) Escritor uruguayo. Mario Benedetti es un destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico, y, junto con Juan Carlos Onetti, la figura más relevante de la literatura uruguaya de la segunda mitad del siglo XX. En marzo de 2001 recibió el Premio Iberoamericano José Martí en reconocimiento a toda su obra. Ha sido Director del Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades y Director del Centro de Investigación Literaria en La Habana.

En la obra de Mario Benedetti pueden diferenciarse, al menos dos periodos marcados por sus circunstancias vitales, así como por los cambios sociales y políticos de Uruguay y el resto de América Latina. En el primero, Benedetti desarrolló una literatura realista de escasa experimentación formal, sobre el tema de la burocracia pública, a la cual él mismo pertenecía, y el espíritu pequeño-burgués que la anima.

Realizó varios trabajos antes de 1945, año en que inició su oficio de periodista en La Mañana, El Diario y Tribuna Popular, entre otros. El gran éxito de sus libros poéticos y narrativos, desde Poemas de la oficina, 1956 y Montevideanos, 1959, se debió al reconocimiento de los lectores en el retrato social y en la crítica, en gran medida, de índole ética, que el escritor formulaba. Esta actitud tuvo como resultado, un ensayo ácido y polémico: El país de la cola de paja, 1960, y su consolidación literaria en dos novelas importantes: La tregua, 1960, historia amorosa, de fin trágico, entre dos oficinistas, y Gracias por el fuego, 1965, que constituye una crítica más amplia de la sociedad nacional, con la denuncia de la corrupción del periodismo como aparato de poder.

En el segundo periodo de este autor, sus obras se hicieron eco de la angustia y la esperanza de amplios sectores sociales, por encontrar salidas socialistas a una América Latina subyugada por represiones militares. Durante más de diez años, Mario Benedetti vivió en Cuba, Perú y España como consecuencia de esta represión. Su literatura se hizo, formalmente más audaz. Escribió una novela en verso: El cumpleaños de Juan Ángel, 1971, así como cuentos fantásticos: La muerte y otras sorpresas, 1968. Trató el tema del exilio en la novela Primavera con una esquina rota, 1982.

En su obra poética, se vieron, igualmente, reflejadas las circunstancias políticas y vivenciales del exilio uruguayo y el regreso a casa: La casa y el ladrillo, 1977; Vientos del exilio, 1982; Geografías, 1984; Las soledades de Babel, 1991. En teatro denunció la institución de la tortura con Pedro y el capitán, 1979, y en el ensayo ha hecho comentarios de literatura contemporánea, en libros como Crítica cómplice, 1988. Reflexionó sobre problemas culturales y políticos en El desexilio y otras conjeturas, 1984, libro que recoge su labor periodística desplegada en Madrid.

En 1997 publicó la novela Andamios, de marcado signo autobiográfico, en la que da cuenta de las impresiones que siente un escritor uruguayo cuando, tras muchos años de exilio, regresa a su país. En 1998 regresó a la poesía con La vida, ese paréntesis y en el mes de mayo del año siguiente obtuvo el VIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía. En 1999 publicó el séptimo de sus libros de relatos, Buzón de tiempo, integrado por treinta textos. En este mismo año, vio la luz su Rincón de haikus, clara muestra de su dominio de este género poético japonés de signo minimalista tras entrar en contacto con él años atrás gracias a Cortázar.

En 2003 Mario Benedetti presentó un nuevo libro de relatos: El porvenir de mi pasado. Al año siguiente publicó Memoria y esperanza, una recopilación de poemas, reflexiones y fotografías, que resumen las cavilaciones del autor sobre la juventud. También en 2004 se publicó en Argentina el libro de poemas Defensa propia. Ese mismo año fue investido doctor "honoris causa" por la Universidad de la República del Uruguay. Durante la ceremonia de investidura recibió un calurosísimo homenaje de sus compatriotas.