domingo, 28 de junio de 2009

El cambio climático o la destrucción de la Madre Tierra


Desde tiempos remotos, nuestros ancestros presagiaron una época donde la Madre Tierra enloquecería y la atmósfera se volvería hostil, colapsando un planeta condenado a la destrucción. Presumiblemente, no estaban muy desencaminados con lo que está ocurriendo hoy en día. Si antaño nuestras ciudades eran extensos campos proveedores de abundantes recursos naturales, actualmente sólo quedan vastos terrenos desérticos poblados por fábricas que atestiguan el desarrollo tecnológico del ser humano. Mas la ciencia, que debe estar a nuestro servicio, nos está avocando a la hecatombe. ¿Quién querría vivir en un entorno donde las hambrunas, las enfermedades y los desastres ecológicos serán el futuro? No hablamos de leyendas, hablamos de la cruda realidad.

En nuestro afán por progresar y alcanzar una calidad de vida superior, nos hemos olvidado de agradecer que existimos gracias al frágil sistema atmosférico del planeta Tierra. Nos esforzamos en deforestar los bosques para cultivar y pastorear, reduciendo los purificadores y reguladores naturales de la temperatura; los océanos han llegado a sus límites tolerables de ingestión de C02 (Dióxido de Carbono); y permitimos que nos nieguen la evidencia de que las energías renovables son baratas, inocuas y sumamente efectivas. La temperatura global está alcanzando récords históricos (+15º centígrados) y va aumentando año tras año. Es evidente que todo lo que acontece hoy a velocidad vertiginosa arrasará con el mañana. Lógicamente, nos preguntaremos, ¿existe esperanza alguna?

En siglos pasados se buscaron todas las vías posibles por avanzar tecnológicamente, como la quema de petróleo desde el siglo XVII y la mencionada deforestación. Desde entonces, hemos lanzado a la atmósfera toneladas de los denominados gases de efecto invernadero -Dióxido de Carbono (CO2), Metano (CH4) y Óxido Nitroso (N2O), entre otros- convirtiendo el planeta en un “invernadero” a escala global. Esto significa que retenemos el calor, de ahí que aumente la temperatura todos los años. El clima se agudiza, se vuelve extremo, afectando a millones de habitantes. Las estadísticas arrojan datos escalofriantes: más de 315.000 personas mueren al año como consecuencia del cambio climático. Y se prevé que en un futuro la cifra se duplique.


¿Realidad o exageración?
No obstante, todavía los hay que niegan la evidencia y afirman que todo es una exageración. Acostumbrados a convivir en un mundo competitivo y cruel, la avaricia de unos cuantos ha empañado la visión del resto. Lo que sí es una realidad es cómo algunas regiones, al verse afectadas inmediatamente por el calentamiento global, han presionado políticamente sobre las naciones desarrolladas para que se comprometan a frenar la catástrofe. Es vital que se reduzca la emisión en un 40% de aquí al 2020 o nuestro futuro se tornará aún más oscuro, si cabe. Si alcanzamos 3 grados más de temperatura, un tercio de las especies y el suelo amazónico se perderán; el deshielo será imparable lo que ocasionará una terrorífica subida del nivel de en los océanos, barriendo de la superficie a regiones enteras -ya está ocurriendo con Las Maldivas-.

La esperanza está en nuestras manos.
Empero, vamos a creer en nuestro potencial para evitar esta tragedia. Debemos solidarizarnos con el entorno. Es fundamental que desde nuestros hogares ayudemos a la reducción de C02. Desde reciclar, evitar un uso indiscriminado de vehículos de alta intensidad energética y consumir energías renovables -energía solar, hidráulica, eólica, etc.-, ya que son éstas últimas una tabla de salvación para nuestra convivencia subordinada a la tecnología.

No queremos más centrales nucleares, no queremos más modificadores radicales del clima. Queremos que la Tierra siga viva, que nuestro Jardín del Edén nos siga regalando sus frutos. La salvación es posible, pero depende únicamente de nosotros.

Y podemos empezar informándonos sobre qué podemos hacer. Este post pertenece a la acción “100 posts sobre el cambio climático”.

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