martes, 8 de septiembre de 2009

El asalto a la Bastilla en la Revolución Francesa


Decía Marx que la burguesía había sido la más revolucionaria de las clases sociales. No le faltaban razones. Los burgueses habían llevado la lógica del capital hasta el último rincón del planeta, destrozado el Antiguo Régimen, conseguido el poder, finiquitado los privilegios nobiliarios. La más importante revolución burguesa ocurrió en la Francia de finales del XVIII. Su primer golpe de efecto fue la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, fecha que se conmemora cada año al establecerse como la francesa fiesta nacional.

A Luis XVI le gustaba la caza. No se sabe si tenía otros intereses. Ahora, el ruinoso estado de la hacienda del reino había sido herencia de los monarcas precedentes. Claro que al esposo de María Antonieta siempre se le podrá reprochar su falta de voluntad, de coraje, de inteligencia política. Sin embargo era lo suficientemente prudente para rodearse de ministros notables.

El problema era el de siempre: luchas de influencia, camarillas opuestas, la ambigua figura de la poderosa reina…al final los ministros iban cayendo y la situación económica no dejaba de empeorar.


En el mundo autista de la corte no parecían darse cuenta de hasta donde podría llegar la situación. Para ser justos, cuando en 1788 se convocan los Estados Generales, pocos imaginaban los acontecimientos venideros. En aquel momento, muchos de los futuros revolucionarios ni siquiera eran conscientes de serlo.

El rey convocó los Estado Generales después de una fracasada Asamblea de Notables, sin representación popular. Se pretendía incorporar a los nobles y al gran clero a los ejercicios de recaudación fiscal. Las clases privilegiadas, ciegas-sordas-mudas, no querían dar un solo pasa atrás. Como en otros momentos de la historia su intransigencia al final acabó por perderlos. Su negativa a contribuir con algunos impuestos al rescate de las arcas públicas puede ser visto como una especie de estúpido harakiri.

Así pues, después de muchos titubeos e indecisiones, el rey convoca los Estados Generales. Hacía dos siglos que aquello no sucedía, por lo que incluso había dudas acerca de cómo organizar las reuniones. Al final se fijó en 1200 el número de diputados, 600 para el estamento popular (el Tercer Estado) y el resto para la nobleza y el clero. Fue un cinco de mayo de 1789 cuando se produjo la apertura de los Estados Generales, mientras entre la población, y específicamente en París, prendía un extraño sentimiento de júbilo ante lo desconocido.

Porque ese mismo día empezó la agitación social, un poco como inconsciente respuesta fisiológica. Los primeros días, nobleza y clero intentaron aislar a la mayoría popular. Ésta reaccionó hasta darse a sí misma el nombre de Asamblea Nacional, es decir, proclamando su intención de hablar no en defensa de uno u otro grupo, sino de la Nación. El hecho produjo una corriente de entusiasmo. Miembros de la nobleza y del clero se pasaron a sus filas. El rey mismo tuvo que reconocer a la Asamblea Nacional que el 9 de julio se intituló como Constituyente, porque su objetivo era ya el redactar una Constitución.

Fue entonces cuando las masas parisinas, cada día más inquietas y basculando entre la esperanza de acabar con el hambre y el temor de una feroz reacción, decidieron armarse. Invadieron el hospital de Los Inválidos (era también un arsenal) y, en un movimiento espontáneo, se dirigieron a la prisión de la Bastilla. Era el símbolo del absolutismo, de la arbitrariedad del poder sin trabas y de la indefensión de los ciudadanos.

Dicen que cuando el rey se enteró, exclamó perplejo: ¡Pero si esto es un motín!, a lo que el duque de La Rochefoucauld respondió: No, sire, es una revolución.

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