martes, 8 de septiembre de 2009

La Casa del Pino, leyenda argentina


En Argentina, en la vieja Mendoza achaparrada, provincia ubicada en el centro oeste de Argentina, nació la leyenda de “La casa del Pino”. La Cañada era un lugar al que, mansa y habitualmente, iban a descansar los laguneros venidos de las lagunas de Huanacache, luego del largo transitar trayendo hacia la ciudad los productos de la tierra y el agua que ellos vendían a las familias asentadas en el incipiente caserío.

Los cantos, dichos y contares eran el marco propicio para el descanso luego de la larga jornada y como preludio para que, al día siguiente, comenzara el sempiterno regateo por las frutas, verduras, cestos de totora y los preciados peces que eran traídos desde las lagunas. Un pino enhiesto servía de natural refugio a los indios huarpes que llegaban desde la tierra de Lavalle, uh distrito colindante.

Hasta a estas tierras llegó la cacería de brujas que se había iniciado con tantas aguas de distancia. Un buen día, una mujer venida hasta esas tierras desde Castilla fue sentenciada a morir colgada de aquel pino por cuanto fue acusada de diabla y bruja. Aún cuentan lo pobladores, que han mantenido la memoria colectiva por medio de sus narraciones orales dictadas por los viejos de las tribus y transmitidas de generación en generación, que al momento de ser ahorcada, Brunegilda – ese era su nombre – profirió extraños, horrendos y guturales gritos que no sonaban humanos, y juró vengarse aún después de muerta. Así murió, ahogada por el cáñamo mortal de la justicia, pero volvió con más fuerza en sus brujerías.


En las noches oscuras, vestida de intenso blanco se aparecía a quienes transitaban el lugar y los hechizaba con sus conjuros misteriosos y secretos. Enamoraba a los hombres y hacía que se ahogaran en el remanso de las aguas sin que nadie pudiera explicárselo. Sin embargo, rehuía de aparecerse a las mujeres de las tribus que pasaban por aquellas tierras de noche, quizá, por aquella que dicen que toda mujer posee una poderosa hechicera en su interior.

Mientras, con el correr de los años, el verde ramaje del pino fue mostrando poco a poco, entre sus ensombrecidas ramas, la silueta de una hermosa mujer, vestida de blanco. Es la “bruja diosa”, como la llaman los lugareños, y a ella se le ofrendaban las más diversas promesas en agradecimiento por favores recibidos.

Mientras tanto, la casa del pino – así se llamaba a la vivienda que estaba en las cercanías – sigue siendo motivo de misterios, de duendes, de fantasmales figuras que recuerdan a aquella bruja castellana que se atrevió a desafiar la autoridad de entonces.

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