lunes, 11 de mayo de 2009

Alguien anda por ahí

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Los años sesenta y setenta del siglo XX supusieron para la historia de la narrativa una auténtica revolución. Novelistas anteriores y nuevos se volcaron en experimentar con la forma y el contenido del relato, dando lugar a novedades técnicas que supusieron un vuelco en la forma de contar. Algunas eran tan audaces que fracasaron, pero otras se han incorporado al quehacer narrativo. Por citar algunas de ellas, hablaremos del monólogo interior, la desestructuración interna del relato, cuyas partes funcionan como algo independiente, los flash-back o saltos en el tiempo, etc.

Si esto se producía en la novela, otro tanto sucedía con el cuento literario. Y uno de los grandes maestros que generaron esta renovación es, sin duda, Julio Cortázar (Ixelles, Bruselas, 1914-París, 1984). Argentino nacido en la embajada de este país en Bélgica –quizá ello explique su carácter cosmopolita- fue, en efecto uno de los protagonistas de aquella etapa, con novelas como ‘Rayuela’, pero, sobre todo, con sus cuentos, que han sido comparados con los de un Borges o un Edgar Allan Poe.

De entre los innumerables que escribió, casi todos de gran calidad, nos centraremos en ‘La noche de Mantequilla’, publicado dentro del volumen ‘Alguien que anda por ahí’, en 1977. Este relato, al igual que el anterior que da título al libro, puede encuadrarse dentro del género negro. En él nos encontramos con dos personajes que deben realizar un intercambio aprovechando el gentío que se congrega para ver el combate de boxeo entre el campeón del mundo, el argentino Monzón, y el aspirante mexicano, “Mantequilla” Nápoles, en París.

Cortázar lleva el relato con línea maestra, alternando la trama principal –el intercambio- con comentarios acerca del combate. Es sorprendente como, sin habernos introducido en lo que estamos leyendo –sólo sabemos los nombres de los personajes, pero no qué son ni para quién trabajan (tampoco qué contiene lo que deben intercambiarse)-, el autor crea una atmósfera de película de cine negro y nos provoca una extraña sensación de suspense. Como el personaje Peralta, el narrador parece “no dar explicaciones a nadie”. Por no explicar, incluso deja implícito el final, aunque es evidente lo que va a suceder.

Por otra parte, lingüísticamente, Cortázar escribe con trazo firme y prosa magnífica, introduciendo sus acostumbrados modismos argentinos.

En resumen, una pequeña obra maestra, en la que podemos apreciar la genialidad del narrador argentino, muy fácil de leer –son catorce páginas- y que recomendamos vivamente.

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