sábado, 25 de julio de 2009

Nuberu, el Señor de las Tormentas



Según la mitología asturiana, un poderoso personaje origina y gobierna las tormentas. Viste ropas raídas, un manto de pieles y un sombrero negro de ala ancha; luce una poblada barba y algunos dicen que, como Odín, es tuerto de un ojo. El Nuberu, que así es conocido, se desplaza por el aire montado en una nube. Habitualmente pastorea otras nubes y les hace descargar su contenido a voluntad, sin importarle las consecuencias que esto tenga sobre las tierras de los campesinos, las cuales suelen quedar en un estado lamentable, ya que pocas cosas gustan más al Nuberu que provocar una buena granizada.

Al igual que las fuerzas de la naturaleza, el Nuberu es implacable y puede resultar tanto maléfico como benéfico. En ocasiones desciende a tierra entre la niebla y, pasando desapercibido gracias a su aspecto de mendigo, solicita la ayuda de algún lugareño. Según se porte éste con él, así se portará él después con el lugareño. Si le niega la ayuda sufrirá su ira, normalmente en forma de tormenta devastadora. Por el contrario, si le ayuda recibirá después una lluvia benéfica para su cosecha, el aviso de un próximo desastre natural, o, tal vez, una promesa de futura hospitalidad si alguna vez visita la ciudad en la cual vive el Nuberu cuando no anda por ahí originando tormentas.

En las narraciones populares no existe consenso acerca del nombre o la ubicación de la ciudad del Nuberu. Su nombre oscila entre “Orita”, “Lita”, el sugerente “Ciudad del Grito” u otros, y se suele tratar de una ciudad lejana situada más allá del mar, por lo general en Egipto. Allí, dicen, el Nuberu tiene esposa e hijos, es conocido como Xuan Cabrito (o Cabrita) y considerado un gran señor. Cada día viaja desde su hogar a Asturias montado en una nube.

Los principales enemigos del Nuberu son los curas. Sobre ellos recae la difícil tarea de intentar ahuyentarlo de las cosechas. En cuanto los campesinos ven asomar al Nuberu, corren a buscar al sacerdote del pueblo, que, quiera o no, debe cumplir con su obligación si quiere evitar las iras de sus propios feligreses. Una vez frente al Nuberu, lo habitual es que el cura le arroje lo primero que encuentre a mano (y que puede ir desde una piedra hasta su propio bonete, pasando por un zapato) con la esperanza de descabalgarlo de su nube o, tal vez, de rasgarla obligándole así a retirarse. Con tan limitados recursos no resulta extraño que muchas veces el cura salga perdiendo y sus vecinos tengan que agarrarlo para que el Nuberu no se lo lleve con él.

Según la tradición popular, lo más efectivo para alejar al Nuberu es hacer sonar la campana de la iglesia, pues su tañido le desagrada enormemente, bien sea porque, como algunos dicen, en su sonido va implícita una oración o simplemente porque no le gusta su timbre metálico. Otros métodos consisten en colocar un carro con las patas apuntando al cielo, situar en los tejados de la casa un hacha con el filo hacia arriba o quemar laurel y romero al aire libre, dejando que el humo ascienda hacia las alturas. Rezar una oración a Santa Bárbara también hace que se vea obligado a pasar de largo, llevando sus nubes a descargar a otra parte.



Acerca del Nuberu existe un relato popular muy característico, el cual todos los folcloristas recogen, aunque con numerosas variantes. Cuenta que una tarde el Nuberu se bajó de su nube para descansar un rato en una montaña, y cuando volvió a buscarla ya no la encontró. Obligado por tanto a pasar la noche en tierra, el Nuberu pide entonces alojo en las casas más cercanas. El dueño de la primera le echa de mala manera, pero el de la segunda lo recibe amablemente, le da de cenar y le ofrece un cuarto en el que pasar la noche. A la mañana siguiente, el Nuberu le dice a su anfitrión que si alguna vez va a Egipto, a la Ciudad del Grito, pregunte por Xuan Cabrito, que es él. Tras despedirse, el Nuberu sube a un monte cercano, desde el cual provoca un temporal que arrasa las tierras del vecino que no lo quiso acoger y una fina lluvia que vuelve más fértiles las del pastor que le tan bien le trató. Después monta en una nube y se marcha volando.

Años más tarde, el pastor se ve obligado a embarcar rumbo a las cruzadas, dejando atrás a su prometida y abandonando su casa y su tierra. Antes de arribar a Tierra Santa, el barco en el que viaja naufraga, y el pastor, tras pasar por diversas aventuras, llega a una ciudad cuyos habitantes le dicen que es la Ciudad del Grito. Pregunta por Xuan Cabrito y los lugareños le indican su dirección.

Al llegar a esa casa, el pastor es recibido por un criado que le conduce ante la esposa del Nuberu. El Nuberu no está, pero no tarda en llegar, portando un saco lleno de sapos y culebras, que al parecer es lo que cena de forma habitual. Nada más entrar en su casa percibe la presencia del extraño: “Aquí huele a cristianizu”, exclama al principio con suspicacia, aunque después, al ver quién de quién se trata, se alegra enormemente.

Sin embargo, el Nuberu tiene malas noticias que darle al pastor: su prometida piensa que ha muerto y se va a casar con otro al día siguiente. El pastor se desespera al oír esto, porque es imposible que le dé tiempo a regresar para impedirlo. Pero el Nuberu le dice que no se preocupe, él le ayudará a llegar. Se dirige entonces a la cocina y llena una jofaina de agua. La pone en el suelo y le dice al pastor que salte por encima. Hace este lo que le piden, y al tocar el suelo al otro lado descubre que ya no se encuentra en casa del Nuberu, sino en la plaza de su pueblo, con tiempo de sobra para detener la boda de su prometida.



En otras versiones, el pastor regresa a casa montado en una cabra mágica que el Nuberu le presta, o en una nube que el mismo Nuberu acepta conducir bajo la condición de que no mencione a Dios ni a los santos. El pastor incumple su promesa y el Nuberu le arroja de su nube, aunque afortunadamente ya están sobrevolando el pueblo y cae encima del árbol de la plaza mayor, que frena la caída. En otras variantes, poco antes de llegar a casa del Nuberu el pastor atraviesa una densa niebla en la cual se pierden dos amigos que le acompañaban y acerca de los cuales nunca vuelve a saber nada. Según algunos al principio de la historia al Nuberu no se le escapa su nube, sino que cae a tierra junto a un rayo.

Los folcloristas relacionan al Nuberu con las divinidades paganas de la tormenta, como el Taranis celta. Con Odín guarda un cierto parecido físico y algunas similitudes en el comportamiento, ya que el dios nórdico también se hace pasar por mendigo para moverse entre los mortales sin ser reconocido. Otro detalle que podría resultar significativo es el hecho de que la ciudad del Nuberu, aunque en un país real, esté tras el mar, al igual que muchas tierras mágicas habitadas por seres sobrenaturales, como el Tir Na Nog de los celtas.

Teniendo esto en cuenta, podemos aventurar que el Nuberu es un dios pagano que, de forma bastante airosa, sobrevivió a la cristianización de Asturias, la cual, por otro lado, debió de resultar bastante difícil. Aún en el siglo XVIII el obispo de Oviedo se quejaba de los restos de paganismo que sobrevivían en la región. No sólo dentro de las narraciones populares vencía el Nuberu a los representantes de la Iglesia.

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